Lectorsillos

viernes, 16 de enero de 2015

Viaje al fin de nuestros días

Bueno como evidentemente no saben porque nunca les conté, estoy yendo a correr con Jeronimosca para estar bellos y en forma como nos merecemos. Resulta que tengo una anécdota para contar y aquí va:
El miércoles creo que nos emocionamos un poco muchísimo con la correcaminata y seguimos por el camino que habitualmente hacemos, que ya sea de paso les cuento que es una ruta re re linda con todo campo alrededor y árboles bellos y vaquitas. Bueno divino, de día...
Resulta que como 9 p.m se nos ocurrió parar el paseo y volvernos por el mismo camino hacia casa. Básicamente la anécdota radica en que empezó a oscurecer y cada vez menos vehículos circulaban el ahora terrorífico camino. Era tal cual una película de terror. La ruta, nosotros, la soledad, los árboles gigantes que se dejaban visualizar diminutos a medida que avanzábamos.
Empezamos a correr más de la cuenta y más rápido que nunca cuando nos dimos cuenta que ya realmente era de noche, todo totalmente oscuro, nadie alrededor y que estábamos lejos de casa, muy para ser precisa. 
La linda tarde de paseo ahora se había convertido en el escalofriante intento de salir de allí como fuera posible y en unas ganas desesperadas de estar en casa, o de morir en el intento.
Nuestras piernas ya se veían afectadas por el dolor de haber caminado y corrido durante horas. Nuestros cuerpos nos estaban avisando en un intento desesperado que ya había sido suficiente por hoy y quizás por siempre.
Luego de horas literal de caminar, correr, reír para no llorar y rezar poder llegar a casa de una vez, empezamos a ver un halo de esperanza. Allá, aún a lo lejos empezamos a reconocer el gran árbol que indicaba el inicio de nuestra aventura, y ahora la salida.
Cerca de las 10 pm nos encontramos volviendo a casa por la ciudad más ciudad que nunca -¡y qué linda sensación! considerando que habíamos ido 7:30-.
Bueno, esa fue mi experiencia casi de muerte y quería compartila con ustedes.





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